jueves

Compuertas del sendero:

“La primera compuerta o nivel, involucra el reconocimiento de la unidad de Dios en la pluralidad de la creación. Para lograrlo ... recomendaba el estudio científico de la obra de Dios en la naturaleza. Desde los compuestos más elementales, sus combinaciones y dinámicas hasta el organismo humano y sus sinergias. El estudio intenso del mundo orgánico llevaría al hombre ... a un conocimiento y entendimiento completo de los sistemas metafísicos, filosóficos, sociales, artísticos y morales que prevalecen en la Tierra. La comprensión real de su maravilloso cuerpo orgánico y de sus funciones, tales como la transformación del alimento en energía y vida, y de la respiración, ayudará al estudiante a entender el cuerpo etéreo con el cual está ligado su cuerpo orgánico a través de los nervios, la sangre y el aire. ... recomendaba extender este estudio a cualquier manifestación de la naturaleza, el crecimiento vegetal a partir de semillas, los colores cambiantes del día, las estaciones, las estrellas, el movimiento de los insectos, todo puede conducir a un estado de asombro por la creación.
La segunda compuerta implica la capacidad de mantener un contacto y una observación adecuada de las reglas y leyes religiosas. En otras palabras, una relación ética con Dios. Toda la creación vibra con la energía divina y el discípulo que ha penetrado a la segunda morada (para recordar aquí a Santa Teresa de Jesús) no se abandona a si mismo, sino que más bien evade tanto el ascetismo como la sensualidad y vive los preceptos religiosos y morales con entendimiento y comprensión.
Esto último, ... permite que el discípulo pueda penetrar a través de la tercera compuerta al nivel siguiente o tercero de su desarrollo espiritual. La morada de la fe. Aquí, aprende a confiar únicamente en Dios y a confiar tan profundamente en el orden divino y universal que siente que nada le hace falta. La grandeza y el asombro del universo le han probado la sabiduría divina; ahora, puede aceptar esa sabiduría reflejada en su propia vida.
Atravesando la siguiente compuerta, llega al nivel de aceptación. Aquí, se satisface con lo que posee; aun las dificultades y sufrimientos le ayudan expandiendo su corazón para permitir la entrada de Dios en él. Sin embargo, no se vuelve fatalista en la vida. Dios provee, pero el discípulo debe trabajar, ganar su pan y evitar violar su cuerpo y sus necesidades.
La quinta compuerta, hipocresía, le ofrece una oportunidad para probar su sinceridad. Más allá se encuentra el reino de la duda, el odio, la violencia y el nilhismo. Si logra mantener su fe, tan duramente ganada, entonces el discípulo logrará atravesar la sexta compuerta, la humildad.
Aquí, el místico se da cuenta que ya no es tan crítico de las gentes y que puede soportar insultos sin sentirse envenenado por ellos. El y sus logros ya no forman una unidad. La casa, la esposa, los hijos existen fuera de él y posen vida propia.
El séptimo nivel, el místico se encuentra con sus pecados previos y pasados. El arrepentimiento le permite confrontar sus acciones con honestidad y vaciar su corazón en la oración, confía y se da completamente a Dios y ruega por ayuda para eliminar sus pecados.
... como todos los místicos judíos, creía que la actualización de los estados internos, concretización de éstos, unifica el mundo físico con el espiritual. Este es un concepto judío básico, no puede existir progreso espiritual sin una conducta física concomitante. Por ello, ..., si uno se arrepiente en el interior, debe mostrar esa condición en su vida externa. Posponer una acción o dejar para mañana la eliminación de un error son inaceptables en el judaísmo. El arrepentimiento a la hora de la muerte es visto como un acto de muy bajo nivel para el judío.
En la octava morada, el místico examina su Alma. Aquí, el peregrino debe purificarse hasta el grado de "ver sin usar los ojos, oír sin oídos, hablar sin la lengua, decidir sin usar la razón" ... . La compuerta interna para llegar a este nivel se abre para aquellos que pueden separarse del mundo para recluirse en meditación. Aunque esto parece oponerse a la prohibición judaica del ascetismo es, sin embargo, un nivel de la práctica mística que no puede pueden evadir los buscadores pertenecientes a ese pequeño grupo de seres cuyo deseo de ver a Dios excede su amor por Su creación. Santos, profetas abundan y es a éstos a los que ... quiere comunicar. Como los profetas bíblicos, algunos seres humanos serán impulsados a abandonar el mundo. Harán sus hogares en el desierto y en los bosques, vivirán como ermitaños y desearán sólo ver a Dios. Los hombres más tradicionales buscarán permanecer en el mundo, participando de sus actividades pero abandonarán todo lujo en sus vidas.
La abstinencia es la novena compuerta. Esta será más o menos necesaria según las condiciones y la naturaleza de la comunidad en la cual viva el hombre. Si se encuentra rodeado por hedonistas, un modo de vida ascético será esencial para hacer sobrevivir su conciencia. El sistema delineado en "Los deberes del corazón" está designado para distanciar al hombre de su ego y para prepararlo para el encuentro eventual con Dios. El éxito en el logro de la desaparición del ego depende del grado de autodisciplina del místico. Si el mundo a su alrededor es corrupto, quizás sea mejor para él establecerse en una comunidad en la que viva con gente afín.
Sin embargo, si ha logrado penetrar al décimo nivel, santidad, puede permanecer a la mitad del mundo corrupto y ser una faro de luz para otros buscadores.
Si el místico se adhiere a las lecciones de todos los niveles, y las hace parte de si mismo, abandona el mundo del asombro y comienza a vivir en el reino más profundo y personal del amor. Aquí, su alma está tan sedienta de su propio origen que el peregrino es capaz de los mayores sacrificios, incluyendo su propia vida. Como el santo que dormido a la mitad del desierto y despertado por un viajero que le pregunta si no teme a los leones y a las bestias salvajes que fácilmente podrían destrozarlo contesta "debiera sentirme avergonzado de mi Dios si yo temiera a cualquier ser que fuera de El ..."
(8-11)
“La luz angelmática”; Jacobo Grinberg-Zylberbaum